Madrugada del jueves: la emoción de la cita de hoy tiene despierto a Taro, fantasea él sobre cómo será hoy con Kanata-san, sobre cómo irá la cita. Va a clases y piensa en ella, en la fineza de su cuerpo oriental, en la magia de sus ojos chinos que reflejan vitalidad y alegría. Le envía un email, Kanata-san contesta siempre presto, siempre en ese tono tan directo pero tan amable, el se emociona aún más, a pesar de lo viejo que es, vibra, sonríe, está contento. La cita se concerta entonces con el mínimo de complicaciones y con una soltura que tiene a Taro ya mucho muy emocionado, va mucho al baño y piensa que sip, está enamorado. La cita empieza y Taro examina con travieso pero científico rigor, la boca, dientes y pechos de Kanata-san, descubre que es ella muy amable y que se muestra además muy suelta al hablar y hasta interesada por la intrascendente vida de Taro. Taro se pregunta si ésta será LA vez, LA primera vez, y LA vez que rompa la japónica soledad en que vive, Taro se pregunta y repregunta, disimuladamente sonríe, es amable, oye un poco lo que dice Kanata-san y también come papas, muerde pollo, toma agua y es Taro, inseguro, tímido, torpe y Taro, más Taro, Taro paga la cuenta, Taro camina junto a Kanata-san al parqueo del restaurante, Taro, más Taro, Kanata-san sonríe, se miran un poco, van caminando, siguen hablando, Kanata-san dice: ““Me olvide decirte antes, tengo enamorado”.
Y sintió Taro como el desconsuelo y la autocompasión se apoderaban de él mientras inevitablemente existía aún y ella a lado. Recordó una vez más todas las derrotas sentimentales por las que ha pasado y se sintió acabado, se sintió muerto, muerto una vez más. Para terminar, recogió Taro los platos rotos, recogió sus platos rotos diciendo el, “me divertí hoy”, cuidate mucho” de siempre y le respondieron como siempre también con el “me divertí mucho, no vamos hacer novios” que se dice en Japón al final de una cita. Luego de esa clásica despedida, regresó Taro a su cuarto, lentamente se quito la ropa, lentamente se puso el pijama, lentamente se lavo la boca, apagó la luz, sus esperanzas y sentenció: “Taro sigue siendo Taro”.
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